Las embajadas son importantes para mantener abiertas las vías de comunicación entre los países y propiciar su acercamiento. Pero en ellas, como en otros ámbitos, se suceden las anécdotas, unas por el choque de culturas y otras porque las personas somos de aquella manera.
En una ocasión, una agraciada guineana, que ejercía de redactora para las páginas diplomáticas del diario ABC, se me acercó y estuvimos hablando, hasta que me dijo:
–Habla usted muy bien español.
–Gracias, usted también.
–¿Cuándo lo estudió? ¿Durante cuánto tiempo?
Entonces me di cuenta que me había confundido con un diplomático extranjero y le contesté socarrón:
–Tres meses antes de venir a España.
–¿Tres meses? Es sorprendente.
Me preguntó mi nombre para ponerlo en su columna de información diplomática. Y se lo deletreé mientras lo iba anotando en su libreta. Al terminar, me miró furiosa y no volvió a hablarme hasta que coincidimos, junto con todos los periodistas, tras la recepción, en casa de Manu Leguineche, que se rio mucho con la anécdota.
En otra ocasión, se me acercó un diplomático musulmán y me recriminó:
–Huele usted a whisky de malta.
–Muy señor mío, ¿usted cómo sabe a qué huele el whisky de malta?
Le faltó tiempo para irse al otro extremo del salón.
Un consejero de una embajada me hizo una consulta:
–Tengo una entrevista con una autoridad de alto rango del Ministerio de Defensa y quisiera saber cuál es el protocolo de regalos admitido en España.
–Encantado de ayudarle. ¿Podría decirme el rango de ese caballero?
–Sí, aquí tiene su tarjeta.
La cojo y leo en ella: Sargento Fulanito. Pasé un rato explicándole desde soldado raso hacia arriba las graduaciones del Ejército español: soldado, cabo, cabo primero, sargento… Me miró incrédulo y se fue a paso rápido farfullando en su idioma.
En la sala de autoridades del aeropuerto de Barajas le hago notar a un diplomático que lleva dos zapatos diferentes. Se explica:
–Me visto a oscuras para no despertar a mi mujer y por eso me he confundido y llevo uno negro y otro marrón.
–Ya, pero uno tiene cordones y el otro es un mocasín. ¿No se ha dado cuenta que se ataba solo un zapato?
Me fulminó con la mirada.
En otra ocasión, un embajador visitó a otro y estuvieron enfrascados mucho tiempo en la conversación. Cuando se marchó, uno de los funcionarios locales de la Embajada le dijo: «hasta muy pronto, embajador». Un cónsul le preguntó cómo se permitía esas confianzas en la despedida y el funcionario le contestó con cachaza: «Volverá enseguida, supongo, se ha dejado a su hijo olvidado en la residencia de nuestro embajador».
Una autoridad del Ministerio de Asuntos Exteriores se presentó en una recepción con su esposa, de muy buen ver. Al presentársela a un diplomático oriental, este cenutrio no se le ocurrió otra cosa que comentar en voz alta: «Quien quiere un vaso de leche no tiene por qué comprarse la vaca». Todos los presentes se quedaron mudos, aunque en segundos el escándalo fue mayúsculo. Y es que había países que en lugar de tener diplomáticos de carrera los hacían a la carrera.