Gustavo Morales
Hablan, y mucho, de la explotación infantil de los niños que se ven obligados a trabajar en fábricas y talleres. Pero no van obligados a trabajar por los señores de la guerra en las minas de coltán del Congo, para hacer ordenadores y teléfonos móviles, ni son forzados como juguetes sexuales por los señores de la guerra en Afganistán o en las Baleares, que están más cerca. Están obligados por el hambre, el que pasan ellos y el que sufren sus familias. Los liberales bienpensantes, el méster de progresía, buscan prohibir la presencia de niños en la industria, con ello se acaban los imperativos categóricos de sus caprichosas conciencias. Eliminan el efecto pero no las causas que llevan a los niños a fábricas y talleres en India, Bangladesh, sudeste asiático… Señores, les lleva el hambre, la necesidad de sobrevivir. Ustedes los sacan del trabajo y los dejan solos enfrentados a la muerte por inanición. Algunas multinacionales, especialmente del textil, respondieron a las acusaciones por el empleo de trabajo infantil echando a los niños de sus factorías, sin perder el sueño por su destino ni el de sus familias. Ya no hay trabajo infantil allí pero la miseria sigue. ¿Quieren hacer algo de verdad? Solucionen el hambre de millones de personas, ¡es posible! Pueden hacerlo pero es más caro y comprometido que las campañas en los medios de comunicación, los lavados de cara. Es más fácil sacar sencillamente a los niños de las fábricas y condenarlos a la muerte. Ya no hay trabajo infantil, ¿que se mueren de hambre? Esa es otra cuestión, nos dirán los liberales y sus acólitos.
¿Estoy a favor de que los niños trabajen? ¡No! pero me repugnan ustedes que se conforman con dejarles sin trabajo y sin sustento porque se trata de algo más, mucho más, que sacarlos del tajo, del taller, de la fábrica. Se trata de devolverles su infancia con sustento, con alimentos, con amor, con techo y con familia. Y es posible hacerlo, he estado allí y lo he visto.