Gustavo Morales
Los talibán son una fuerza, soldados ideológicos, muyahidines. Han reconquistado Afganistán en cuanto las tropas occidentales han completado su retirada. Las ciudades han caído en cuestión del tiempo que tardaban los talibán de ir de una ciudad a otra. Su mera presencia rendía a las poblaciones sin combate alguno. Son guerreros santos y el ejército afgano, mucho más numeroso y con abundantes medios de la OTAN, en armas, dinero y vehículos, se ha disuelto, los soldados vuelven a sus aldeas, llevan mucho tiempo sin cobrar aunque los fondos europeos y estadounidenses fluían al Ministerio correspondiente para ser distribuido a los generales de las distintas fuerzas censadas. Se resume en el chusco episodio del presidente que tuvo que dejar una millonada porque no le cabía en la huida.
La OTAN ha dado a Afganistán un modelo democrático presidencialista, ha armado y entrenado al ejército afgano, ha intentado incluir al país en el comercio internacional y él único éxito conseguido es que Afganistán sea el primer productor y exportador de opio del mundo. Allí se hierven ciento y pico kilos y salen docena y media de pasta negra, la base para fabricar heroína. Es difícil convencer a un campesino que cambie un cultivo de 90 dólares el kilo por otro de siete. Y es difícil convencer a un soldado que permanezca en su puesto en defensa de algo que se está retirando a marchas forzadas. Más cuando ve venir a quienes creen realmente que la lucha en la causa de Alá les lleva al Paraíso.
Afganistán no está vertebrada como nación, el nacionalismo afgano fue breve y soviético, corto y occidental. La clase media es muy reducida y se sitúa principalmente en las ciudades. Quiere un proyecto sugestivo de vida y el actual pasa por el aeropuerto. 20 años después afronta de nuevo la realidad del talibán. En Afganistán importa más ser pastún, lo es más de la tercera parte de la población, o de cualquier otro de las dos docenas de clanes afganos distribuidos por seiscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. Un territorio ocupado por los persas, por Iskandar y Ghengis Jan. No es irredento. Al menos no lo era. Se han cometido muchos crímenes de guerra por rencillas tribales. Pero antes se tiroteaban con fusiles Enfield o Mauser de cerrojo entre unos y otros. Ahora lo hacen con AK47 y explosivos. Ha pasado de ser una guerra artesanal a una industrial.
Afganistán tiene seis vecinos:
Por el sur limita con el intervencionismo permanente de Paquistán, la zona la habitan pastunes sin fronteras. Islamabad siempre ha considerado al país vecino como su necesaria profundidad territorial, dolidos de las derrotas frente a la India. Su servicio de inteligencia militar vehiculó el apoyo financiero y armamentístico estadounidense durante la guerra con los soviéticos (1979-88) y su posterior intervención en favor de grupos afines. En el norte tienen a Uzbekistán y Tayikistán, de allí proceden combatientes y señores de la guerra. Hay tayikos en Tayikistán, en Irán, en Afganistán, en China. Muchos de ellos hablan persa y tienen mayor nivel de educación. Por el oeste con Irán y Turkmenistán. En Teherán, las declaraciones sobre el talibán han bajado de tono y son cuasi amistosas. Los iraníes ven el retorno de los talibán sunitas a sus fronteras por segunda vez en veinte años. Afganistán, a oriente, limita con China, beneficiaria de la retirada occidental dado el pragmatismo de Pekín en cuanto al comercio.
¿Qué ha unido en fervoroso haz a miles de afganos y paquistaníes? Una fe común. Y esa fe no es mística, no es interiorista, se expresa en lo público, exige hechos en el presente. Fortalecida por los lazos tribales en una tierra áspera que hace hombres ásperos. Con sus diferencias y guerras tradicionales. Una de ellas es la represión de la mayoría sunnita sobre los chiítas hazaras, que representan más del 12% de los 38 millones de afganos. Dicen ser los descendientes de los mongoles que arrasaron el país en el siglo XIII. Desde hace mucho tiempo son perseguidos por los extremistas sunitas, en esta tierra desgarrada por las divisiones étnicas y religiosas.
Los talibán no son los más fuertes ni los mejor financiados, por gentes de algunos países aliados de EE UU, pero tienen un sentido de misión, la creación del Emirato, sentido del que carecen sus enemigos.
Esa guerra sin fin ha provocado millones de desplazados afganos. En Irán hay más de cuatro millones, más del diez por ciento de la población del país afgano. En Paquistán ocurre otro tanto, siendo algunos de ellos reciclados por las fuerzas armadas paquistaníes. Aparte de los debates sobre el asilo a los colaboracionistas, al que vetan muchos países nórdicos, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, recalca: «Nuestro principal esfuerzo debe ser asegurar que los desplazados internos afganos reciban ayuda o que la comunidad internacional contribuya a su apoyo en los países vecinos. Por tanto, el apoyo a la región es de suma importancia y seguiremos, por supuesto, trabajando con los países de la región». Dinero sí pero las alegrías de la inmigración en Europa no dan ya rédito electoral a una actitud más abierta, como la que tuvo antaño la canciller Merkel.
En Afganistán a las guerras de independencia le siguen guerras civiles y un enemigo común une mucho.
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