Soy monárquico de don Pelayo y su feroz resistencia, del “seguidme, mis valientes”. Soy monárquico de los Reyes Católicos, del tanto monta, de los campamentos de los que partían los guerreros a la reconquista de España pero no de las cortes donde se citan lo más granado de la gentuza que no tiene oficio ni beneficio. Soy monárquico imperial del césar Carlos I, de Felipe II, cuyos Tercios dieron lecciones de bravura y esfuerzo sin límites: la mejor infantería del mundo. Pero no puedo ser monárquico de Fernando VII, rey felón y embustero; del irresponsable Alfonso XIII y sus desastres o Juan Carlos I y sus nacionalismos separatistas que dio marcha atrás del 18 de julio al 14 de abril. No hay monarquías buenas, hay reyes dignos que hicieron mucho por su tierra y otros, en mayor cantidad, que se han enriquecido haciendo verdad el dicho del poeta: “Pobre España, no has tenido otro verdugo que el peso de tu Corona”. No soy monárquico porque no entiendo cómo se hacen ricos los reyes, porqué están protegidos por leyes injustas y contradictorias. Si todos somos iguales ante la ley, ¿qué es un rey? Y eso los de aquí, que si hablamos de las testas coronadas de Arabia Saudí, peor aún, que ya es decir.
Yo soy republicano pero de Platón o de la república de los camaradas, de hombres que ganan su derecho con su esfuerzo personal. Soy republicano de Roma y el derecho llevado por las legiones a buena parte del mundo. Soy republicano de América y el derecho a ser feliz. Pero no soy republicano de la secesión del cantón de Cartagena, de la Generalitat de Cataluña o del racismo atroz de Sabino Arana.
Tres ejes para la res pública:
Soberanía del pueblo, recurrir con frecuencia a referéndum y otras consultas sobre el devenir de la nación.
Soberanía económica. Asumir el control económico de la nación. Redistribución de la riqueza.
Soberanía nacional. Independencia y unidad.