No podían ni ver juntos el telediario. Ante cada noticia, la pareja se enzarzaba en discusiones políticas que ponían en peligro la estabilidad del hogar. Ella le acusaba de todo: de fascista, de racista, de facha, de xenófobo, hasta de feo. José Antonio se tenía que aguantar para no darle más argumentos al nuevo mester de progresía. De hecho, su padre había visitado Rusia con unos camaradas, vestidos de feldgrau, durante los años cuarenta y el nombre con que le bautizaron no era casualidad.
Pero en los viajes era otra cosa. Asun, su pareja, le siguió muchas veces a Marruecos, Mozambique, Mongolia y fue en ese país donde sufrió una peritonitis de un ovario y la operaron en Ulam Bator a vida o muerte. Al terminar la operación, el médico le brindó, a través de un traductor con acento cubano porque José Antonio tiene el defecto de no hablar el idioma mongol, una bandeja con el ovario amputado para que hiciera con él lo que quisiera. José Antonio se quedó de piedra, aunque no es la costumbre más rara que vio en su largo peregrinaje por nuestro planeta.
Llegó el día en que recibió una carta de Guinea. Allí había ido tanto para quitarse de en medio en tiempos revueltos como para buscarse la vida. Fueron tiempos de explotación maderera, años junto a su hermano, José Luis, que dejó la Policía en pos de la aventura africana, la primera porque, con el cambio de oficio a cámara y productor de documentales fueron muchas las veces que José Antonio volvió a pisar el continente negro, al igual que la América española y el Asia profunda.
Algunas de esas aventuras las hizo a las órdenes del mítico Miguel de la Quadra Salcedo, aquel que pulverizó el récord mundial de lanzamiento de jabalina usando el método Eurasquín. Los jueces olímpicos cambiaron el reglamento para no reconocer que había superado los cien metros.
Nuestro hombre, José Antonio, estuvo siete años viajando con Telmo, haciendo el programa España, rumbo al sur. Telmo, lo prolongó diez años más. Eran hombres de otra estirpe, de esa que está en vías de extinción.
La carta, que me voy por los cerros de Úbeda. En la misiva, una antigua novia guineana de José Antonio le decía que, hacía dieciséis años se quedó embarazada de él, pero no le dijo nada. El caso es que ahora la hija adolescente también estaba embarazada y sí le pedía ayuda.
José me llamó, e imagino que a media humanidad, diciéndome la frase críptica: «Voy a ser abuelo», a lo que aduje que para serlo hacía falta tener hijos y ese no era su caso. Pues sí lo era. José viajó raudo a Guinea, comprobó su paternidad con Rosa, y vio nacer a su nieta, África.
Previamente, en el Consulado de Bata, ante una joven funcionaria emocionadísima, Rosa, la hija de José Antonio, juró fidelidad al Rey y a la Constitución española, cosas de la nueva nacionalidad. José Antonio, al terminar la ceremonia, le señaló el retrato del monarca en la pared del Consulado y bromeó diciéndole: «Cuando volvamos a España te lo presento», y su hija le creyó, la funcionaria casi también. No era frecuente ver a un europeo volver a la tierra africana a hacerse cargo de sus vástagos.
Gracias a ese papel que las convertía en españolas, su nieta África pasó de tener una esperanza de vida de sesenta años en Guinea a 85 en España; de tener un difícil acceso a la sanidad a tener todas las ventajas de la Seguridad Social; de menos de medio médico por mil habitantes a más de cuatro en España; de tener la probabilidad de tener sida en casi el seis y medio por ciento a una posibilidad inferior al 0,16 %; de una enseñanza, con suerte, de bachiller elemental a ir a la Universidad como va ahora en nuestro país; de unos ingresos inferiores a cinco mil euros a otros de más de 25 mil; de un índice de corrupción del 83 % a otro del 39, que no es para tirar cohetes, pero mejora sensiblemente la vida. Todo eso le dio a África la bonhomía de José Antonio y el juramento de su madre en un consulado español.
Con el tiempo, Rosa volvió a Guinea. Su padre, José Antonio, le preguntó por qué. La respuesta de ella fue épica: «Nunca volvería a mi país como ciudadana, pero siendo española sí quiero estar allí». Y fue en tierra africana donde encontró a su pareja, un hombre con pasaporte estadounidense, de origen griego y criado en Camerún.
José Antonio está contento, aunque Asun ya no está con él, porque su hija es feliz y le va bien y tiene a su nieta, África, en casa creciendo inteligente y contenta, bueno, todo lo contenta que está una adolescente española universitaria.
Es orgulloso, es hombre de fe, era español antes de nacer.