Gustavo Morales
Fueron muchas las voces en los primeros parlamentos de la democracia que exigían la disolución de la Legión, advirtiendo de su caducidad tras la pérdida del Sahara, al ser, decían, una unidad colonial de tiempos pretéritos, sin sentido ahora. Y a punto estuvo de ser disuelta.
El Golfo
Los acontecimientos mundiales lo evitaron. En la Segunda Guerra del Golfo Pérsico (1990) España tuvo que cumplir sus compromisos internacionales y contribuir a la coalición militar contra el presidente de Irak, Saddam Hussein, que había invadido Kuwait en el verano de 1990. La Armada española contribuyó al bloqueo del país árabe que se realizó, dentro de la Misión Escudo del Desierto, cumpliendo un mandato de la ONU, entre agosto de 1990 y junio de 1991.
Para ello destacó a la fragata «Santa María» F-81, con 226 embarcados, y a las corbetas «Descubierta» F-31 y «Cazadora» F-35, con 115 tripulantes cada una. Pero he ahí que en esos buques iban un centenar de marineros que cumplían con el servicio militar obligatorio. En el puerto de partida se sucedían los llantos y protestas de los familiares de aquellos destinados a un bloqueo, a pesar de que, en verdad, estaban a muchas millas náuticas de la zona de conflicto. El nuevo mester de progresía y parte de los medios reavivaron la polémica sobre el servicio militar y sus peligros.
El eco llegó a la televisión británica que sacó las escenas del embarque de los marinos españoles, entre lamentos y sollozos, explicando: estos son nuestros aliados. Un bochorno para su aliado español.
Los Balcanes y el descubrimiento
De nuevo España se vio impelida a cumplir con los tratados internacionales firmados pero, en esta ocasión, pintaba en bastos pues la ONU requería fuerzas terrestres en la naciente guerra civil yugoslava, dentro de la UNPROFOR (United Nations Protection Force). Esas tropas debían intervenir en una zona caliente de un país desgajándose entre disparos y bombazos. Allí se enfrentaban milicias, bandidos y tropas regulares, irregulares y malas: croatas y bosnios, serbios y montenegrinos. Los que participaban en operaciones de limpieza étnica, que no era un solo bando, no querían tener de testigos a los cascos azules. La pacífica convivencia de los católicos croatas con los ortodoxos serbios y los musulmanes bosnios se convirtió en una guerra cruel empujada por un odio irrefrenable alimentado por cuestiones étnicas y religiosas.
El Gobierno González no quiso repetir el ridículo y las protestas originadas por el envío de la marinería al Golfo y recordó de repente, casi descubrió, que tenía una unidad que había sido creada en 1920 para evitar las muertes de soldados de reemplazo. Esa unidad, La Legión, estaba compuesta íntegramente por voluntarios y sus espíritus destacaban: «La Legión, desde el hombre solo hasta La Legión entera, acudirá siempre donde oiga fuego, de día, de noche, siempre, siempre, aunque no tenga orden para ello», a la que se añadían otros como «Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir» y «La Legión pedirá siempre, siempre, combatir, sin turno, sin contar los días, ni los meses, ni los años».
Vamos, una bicoca para el Ejecutivo socialista. La unidad creada por los innombrables para salvar vidas de gentes de reemplazo en la guerra de Marruecos a cambio del sacrificio de voluntarios de todas las procedencias, evitaba su disolución exactamente por lo mismo más de setenta años después.
Catorce legionarios fueron en un avión Hércules desde Almería al puerto croata de Split. Su misión fue reconocer una franja de 135 kilómetros de carretera entre la ciudad de Mostar y Sarajevo, la zona de Bosnia-Herzegovina donde posteriormente operó la Bandera (batallón) de cascos azules españoles.
A la llegada de los legionarios a Mostar se estrenaron en una pelea con soldados ingleses, hombres recios, golpes duros, borrando a guantazos la impresión que dio la televisión británica sobre los militares españoles.
Tras los Balcanes vendrían Albania, Kosovo, Macedonia, Irak, Afganistán, Congo, Líbano, Malí… El espíritu es el mismo que hace cien años, los medios han mejorado y La Legión se consolida como una unidad de élite, confiable y arrojada. Han engrosado su lista de caídos en las llamadas eufemísticamente Misiones de Paz, un cuadro de honor que encabezó el teniente Arturo Muñoz Castellanos quien, el día 13 de mayo de 1993, fue herido de muerte por una granada de mortero en las calles de Mostar.
Y las exigencias de disolver el Tercio quedaron acalladas y marginadas al discurso vano de la ultra izquierda.