Desde que España entró en la Comunidad Económica Europea, en 1986, nuestros nuevos socios nos impusieron muchas cosas. España era una potencia en creación y elaboración de alimentos por número de población. Teníamos una producción de leche que cubría todo el consumo español pero había que darle su parte a Holanda y comenzaron a matar vacas en nuestro país para importarla de allí. Las empresas de nuestros nuevos socios se arrojaron sobre la distribución alimentaria y se hicieron con ella. Nuestro aceite fue envasado, en muchos casos, como aceite italiano y distribuido desde la península de la bota. Las grandes superficies extranjeras fueron los nuevos intermediarios que impusieron a los agricultores y ganaderos españoles unos precios de subsistencia, en el mejor de los casos, y nuestras fronteras han quedado abiertas a la importación de productos de terceros países, algunos de los cuales ni están en la Unión Europea pero gozan de un trato de favor de ésta en menoscabo de nuestro país.
Ahora que la alimentación es una preocupación primordial de los españoles, encerrados en sus casas, es tiempo de pensar en esto y también en las campañas que se hacen contra Mercadona cuyo delito es ser una distribuidora española. No veréis que hablen de Carrefour, francesa, o de Lidl, alemana. ¿Casualidad? No, causalidad de ser un país colonizado por los socios de nuestro continente.