En 1942 Pérez de Cabo, autor del libro Arriba España, prologado por José Antonio Primo de Rivera en 1935, es fusilado en Valencia. No fue el único.
Pérez de Cabo trabajaba en Auxilio Social de Valencia. Vendió en el mercado negro unas partidas de trigo para financiar la Falange clandestina. Armando Romero indica que fue el general Varela, deseoso de acabar con la insolencia falangista quien le descubrió y forzó su condena a muerte. En la misma página del periódico que anuncia su ejecución, se publica la concesión de una medalla al valor.
Begoña, bombas de mano
El 16 de agosto de 1942 en el Santuario de Nuestra Señora de Begoña de Bilbao el bilaureado general Varela asiste a misa por las almas de los requetés del Tercio de Nuestra Señora de Begoña. Tras la misa, centenares de carlistas corearon consignas monárquicas y antifalangistas, se oían gritos de «¡Viva el Rey!», «¡Viva Fal Conde!», «¡Abajo el Socialismo de Estado!», «¡Abajo la Falange!», e incluso «¡Abajo Franco!».
Tres falangistas bilbaínos paseaban con sus novias por las inmediaciones: Berastegui, Calleja y Morton. Gritan «¡Viva la Falange!», y «¡Arriba España!», y son agredidos por los tradicionalistas. Pasaron por la zona otros falangistas, que venían de recibir a repatriados de la División Azul. Eran Jorge Hernández Bravo, Luis Lorenzo Salgado, Virgilio Hernández Rivaduya, Juan José Domínguez, Roberto Balero y Mariano Sánchez Covisa. Viendo la paliza que recibían sus tres camaradas, intervinieron. Domínguez dispersó a los carlistas con bombas de mano. Alfredo Amestoy cifra el resultado en «70 heridos leves, carlistas en su mayoría. El general Varela, presente, se adjudicó sin razón ser él el objetivo del supuesto atentado». Tres de esos heridos murieron después: Francisco Martínez Priegue, Roberto Mota Aranaga y Juan Ortuzar Arriaga.
Varela prometió venganza, en el vestíbulo del hotel Carlton: «Se hará justicia. Yo me encargo de ello». Varela era más carlista y anglófilo desde su matrimonio con la tradicionalista millonaria vasca Casilda Ampuero.
Consejo de guerra
En el juicio se consideró que la presencia de los falangistas con armas, incluidas granadas, «indicaba su intención premeditada de provocar disturbios». El general Castejón presidió el consejo de guerra y firmó la sentencia el 24 de agosto. Fueron condenados Hernando Calleja, subjefe provincial de Falange de Valladolid; Juan José Domínguez, inspector nacional del S.E.U.; Hernández Rivadulla, periodista, Jorge Hernández Bravo, Mariano Sánchez Covisa… Dos de ellos fueron condenados a muerte: Domínguez y Calleja, que salva la vida por ser caballero mutilado.
Varela explicó el incidente como un ataque falangista contra el ejército y envió un comunicado a los capitanes generales de toda España. La conversación entre Varela y Franco, cuenta Stanley Payne, sobrepasó los límites de las buenas maneras.
Los esfuerzos llevados a cabo no sirvieron para salvar a Domínguez. De nada le sirvió su calidad de Vieja Guardia, los servicios prestados antes de la guerra, como el tiroteo de Aznalcóllar junto a Narciso Perales, o en ella, al cruzar repetidas veces de una zona a otra, en misiones de información.
La ejecución
Cuando el obispo de Madrid le pidió clemencia para Juan J. Domínguez, Franco le contestó enigmático que tendría que condecorarlo, pero ha de fusilarle.
Serrano Suñer cuenta que le dijo a Franco: «Desde luego es intolerable que la intervención irresponsable de media docena de falangistas en una concentración en la que se grita ¡Viva el Rey! y hasta –creo– algún ¡Muera Franco!, se presente como una pugna entre la Falange y el Ejército… A ese chico no se le puede matar. Ya sé que por mucho que allí se gritara a favor del Rey, eso no le autoriza a tirar una bomba (…) él no es más que un alocado idealista, y lo hizo además porque creía que iban a matar a un compañero. Hay que castigarlo, sin duda, pero el castigo no puede ser la muerte».
En su testamento, Domínguez justifica la «inconsciencia de Franco y la debilidad impropia de un general». Rechazó un intento de fuga para no perjudicar a Jorge Hernández que estaba aterrorizado.
El 1 de septiembre Domínguez es ejecutado. Previamente pudo coger a su hija de cuatro meses y animar a Celia, su esposa. El falangista Girón facilitó a la esposa de Domínguez la visita en la cárcel y proporcionó a la viuda y a la huérfana un modesto piso de la Obra Sindical del Hogar y una suma de noventa mil pesetas, que ellas, confiesa Celia, supieron estirar durante diez años.
«Cuando fue colocado ante el piquete de ejecución, en el verano del 42, Juan José Domínguez cantaba el Cara al sol. (…). Fue el mismo día que Hitler concedía al «mártir», acusado en España de ser espía británico, la Cruz de la Orden del Águila Alemana», escribe Alfredo Amestoy. La Falange de Bilbao se hizo cargo de sus restos hasta que la familia los trasladó al cementerio del pueblo madrileño de Galapagar.
Serrano Suñer lo explica así: «Lo de Begoña fue un suceso lamentable, pero no hubo ni fuerza ni unión ni para salvar a Domínguez ni para mantener el poder. En aquel momento vivíamos con un dinamismo trepidante, pero Franco, en seguida, se dio cuenta de que esos falangistas que parecían tan intransigentes, los Arrese, los Fernández Cuesta, los Girón, venían a comer de la mano. Y ése fue el principio del fin. El gran amigo de todas las horas, Dionisio Ridruejo, dimitió de todos sus cargos y lo mismo hizo Narciso Perales, Palma de Plata y el tercer hombre en el mando de la Falange después de José Antonio y Hedilla. Fue por eso por lo que yo propuse que la Falange fuera dignamente licenciada».
Celia Martínez, la viuda de Domínguez, reconoce: «Narciso Perales se movió lo indecible, pero con su dimisión el día 29, por la pena de muerte a mi marido, ya no tuvo influencias. Incluso fue confinado».
La crisis
El 20 de agosto de 1942 Franco preside una concentración falangista en Vigo. Habla de peleas mezquinas, de torpes luchas entre hermanos y se refiere a que en España intentan retoñar pasiones y miserias. Tres días después en La Coruña, el mismo Franco se pregunta «Camaradas del Ejército y de la Falange, ¿habrá diferencias que puedan desunirnos? Evidentemente las había», escribe Laureano López Rodó.
Franco desencadenó la crisis ministerial. El 2 de septiembre de 1942, el general Franco había cesado a Valera en el ministerio del Ejército y a Galarza en Gobernación, ambos habían despachado mensajes a los capitanes generales y gobernadores civiles de toda España sin consultar con Franco y también a Serrano en Asuntos Exteriores.
Por el referido fusilamiento, dimitieran los falangistas Narciso Perales y Dionisio Ridruejo. Franco quiso dar satisfacción a los azules al nombrar al catedrático de Derecho en la Universidad de Barcelona, comandante Blas Pérez González, amigo de Girón, para sustituir a Galarza. Heleno Saña destaca que «Varela era más difícil de sustituir y Franco terminó por poner en su puesto al general Carlos Asensio, que era proalemán, pero muy leal y eficaz».
Franco se deshacía de las espigas más altas de su Gobierno y eliminó alguna presencia molesta para acercarse a los Aliados que empezaban a ganar la Segunda Guerra Mundial.