Gustavo Morales
Es sabido que los medios de comunicación moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas. Los aceptamos como nuestros guías, especialmente la opinión hegemónica, que nos da un código al que ajustarnos para sentirnos incluidos, nos dice Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud. Forman parte de la ingeniería social.
Europa está perdiendo sus señas de identidad en aras del multiculturalismo, en nombre de una diversidad que se hace cada vez menos variada, en palabras del escritor Douglas Murray. Es la extensión de la ideología woke, la nueva lucha de una izquierda que ha abandonado el combate por la igualdad transmutándolo por la disputa por la identidad como constructo social y no biológico.
La guerra de Ucrania no es una excepción. Los habitantes de Occidente, que es más que una concepción geográfica, pues incluye a Japón o Australia, tenemos la percepción de que la opinión hegemónica sitúa en el lado de los buenos a los ucranianos de Zelenski y en el de los malos a los rusos de Putin. Esa es la imagen que prevalece en Europa, América del Norte, etc.
Sin embargo, si repasamos los medios de comunicación de India o China, por citar las dos naciones más pobladas (2.690 millones de habitantes entre las dos), el relato es otro. El análisis más frecuente es que es un combate por la hegemonía de la OTAN y de Estados Unidos en Europa y en el mundo, un acoso y derribo a su enemigo desde mediados del siglo XX, un intento de mantener la unilateralidad contra la multilateralidad.
El relato de Kiev
Kiev quiere ser percibido como parte de Occidente, una nación más de Europa que exige al resto del continente la implicación militar, financiera y política en su defensa.
Ucrania fue sojuzgada primero por el imperio ruso y luego por el soviético y la Unión Europea y la OTAN deben defender su reciente independencia. La nueva Ucrania comulga con la ideología parlamentaria democrática y con su sistema de producción.
Otra cosa es lo que está ocurriendo con la oposición política en el país desde que empezó la guerra en 2014, agravada a partir de la invasión rusa este año. Zelenski ha cerrado muchos medios de comunicación y disuelto no pocos partidos políticos bajo la acusación de ser prorrusos, anatema moderno que justifica actuaciones nada democráticas. Acaso piense que el pluripartidismo es una manera de dividir a su pueblo en circunstancias especialmente graves.
El relato de Moscú
Por su parte, Rusia siente que Ucrania forma parte de su alma, de sus orígenes hace siglos. En el pensamiento del principal ideólogo del Kremlin, Alexander Duguin, quien con el excéntrico Eduard Limónov fundó el Partido Nacional Bolchevique, brilla la Cuarta Teoría Universal que dice superar al liberalismo, al fascismo y al marxismo para crear un bloque euroasiático, capitaneado por Rusia. Recupera la idea del imperio terrestre enfrentado a las islas navales anglosajonas. Es la teoría del Heartland de Halford John Mackinder.
A Duguin tuve oportunidad de conocerle en una de sus intervenciones en Madrid, en ambientes disidentes. El filósofo ruso sirve para alimentar la morriña por la pérdida del imperio en una nación que no ha profundizado en la construcción de instituciones democráticas al uso, a pesar de la revolución republicana de Kerensky, interrumpida por el asalto al poder de los bolcheviques, o de la de Yeltsin, que llevó al poder a Putin.
Lucha por la supervivencia
Son dos relatos antitéticos. En ambos se produce una lucha por la supervivencia, de Ucrania como nación independiente ligada a la Unión Europea y a Estados Unidos y sus adláteres; en otro por la de Rusia como potencia que ha soportado muchas humillaciones desde su derrumbe como imperio en la última década del siglo pasado.
En los dos casos, los medios de comunicación han construido un relato que es casi hegemónico en su área de influencia. La cuestión está en que el público de uno es más escaso y relevante y el del otro es más numeroso aunque con menos poder, por ahora.